A fines de los setenta, Luis Rogelio Nogueras compartía conmigo en un parque bajando una calle transversal a Infanta- me es imposible recordar su nombre- cercano al albergue de la escuela superior de turismo donde me preparaba como guía y traductora de alemán. Al parecer nos unió el pelo rojizo y las pecas, que en aquel entonces borraba con leche de cactus, y que en su caso, bien acentuado, nada podía hacer.
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De sólo citar algunos nombres se me erizan los pelos. Luis Marimón, con quien me había mal afamado mataperreando en Matanzas, me encomendó a Wichi, quien se empeñó en presentarme media Habana, incluído Osvaldo Navarro.
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En esa época, donde no había llegado a la veintena, se me daba el desenfreno, la ironía y la inocencia con un esmero descomunal. Quiso el destino que los conociera, en plena ignorancia de sus obras y fuera escuchando en sus charlas como se estimaban, se separaban o planeaban libros y ediciones especiales.
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Osvaldo Navarro, Luis Marrero, Rafael Alcides, Fayad Jamis, y hasta Lezama Lima, por sólo mencionar entraron en este acercamiento; años después sería normal encontrarles en tertulias caseras, mi único mérito fue el de estar ahí.
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A esta generación de poetas la vi siempre envuelta en un halo de grandeza épica, eran impactantes, esmerados y no necesitaban figurar, pues estaban publicados y reconocidos oficialmente; arrastraban con vehemencia las raíces de Orígenes y un agradecimiento particular al sistema que les había sacado de su condición de guajiros o de intelectuales que habían pasado trabajo. Si hubiesen tenido menos éxito, o menos fiebre de la súbita subida a rangos de admiración, sus sentidos le hubiesen delatado de fechorías que, en aquel entonces, sembraban oraciones con esperanza, futuro mejor y grandes causas. O sus dioses andaban confundidos, o no oyeron, bien sabido es que hablan por los ángeles o por el diablo.
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De Osvaldo había leído unas décimas y sonetos. Me pareció un hombre tímido, un hombre que inclinaba el cuerpo como si le doliera algún músculo o fibra interior, o su corazón estuviera demasiado apresado. La psicomorfología dice lo que estamos viviendo, él tenía a un guajiro bondadoso dando la mano. En muchas conversaciones caían en sus infancias por el centro de la isla.
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Solía detenerse delante de la biblioteca y observar un libro sin atreverse a tomarlo en sus manos; antes comentaba parsimoniosamente, como pidiendo permiso para hacerlo. Era curioso al extremo y aplicaba el mismo método para saber de donde yo había salido o agradecer el café. Donde hubiese dicho “está caliente, fuerte o rico”, él se deleitaba en humillos.
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Osvaldo tenía una segunda voz, la poética, susurrando las frases comunes. Andaba impecable, creo que todos tenían esa norma, para visitar a Fayad se ponían el trajecito de ir a la Uneac, o venían de allí, lo cierto es que se cuidaban, peinaditos, afeitados y olorosos aunque afuera hiciese un calor de 30 grados.
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Recuerdo sus charlas y ese amor por las palabras “morada”, “pedrada” como si levantaran la creencia, firme creencia en la inmortalidad del poeta, a tal punto que hasta que no vestí a Fayad y vi su cicatriz que descansaba como un corte bárbaro junto a sus testículos, pensé que era una abstracción quedarse amarillo y pasmado.
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Ya en los ochenta, en ese quinquenio final se acumulaban desencantos, y las charlas iban hacia la renuncia de Fayad del trabajo en la embajada de México y comentarios donde se imponían los hijos de Saturno, la novela de Osvaldo que saldría después, o los Tepalcates- fragmentos- últimos poemas del Moro* que no sé el rumbo que tomaron.
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No puedo asegurar- quizás su esposa Elena sepa- si Fayad les ayudó para el viaje, o sólo se informaba, con esa calma que le acompañaba hasta en los gestos, a tomar la decisión de partir.
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Osvaldo me parecía un hombre melancólico, ensimismado y lleno de visiones, quizás pensaba “Es la hora en que irrumpen las lechuzas, y en su vuelo cortante pasan ripiando el viento con las alas” quizás entre ellos jugaban los silencios o buscaba como anunciar una tormenta de forma armoniosa.
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Creo que vivió el exilio como un desestructuramiento de esa caja en que se había encerrado por eso su corazón explotó en miles de segmentos, que ahora leemos como poemas, o textos y recordamos.
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Sólo hablo del poeta que tertuliaba en sus horas, inclinando el cuerpo de forma cariñosa como para acercarse, conocedor del golpe, y que me hizo llegar una nota de pena cuando murió Fayad en noviembre del 88, a la que nunca agradecí pues no contaba con dirección para respuesta.
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La bofetada
La primera bofetada
no me la dio mi madre
ni el mundo ni la gente
ni la vida.
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Fue un regalo de reyes
que hallé bajo mi cama.
La tomé sigiloso
-sin despertar a nadie-
y me la di en el rostro.
*Moro: Manera de llamarle a Fayad Jamis
MARGARITA GARCÍA ALONSO: Matanzas, Cuba. Reside desde 1992 en Francia. Licenciada en periodismo de la Universidad de la Habana. Miembro de la Organización Internacional de Cyber Periodistas. Poeta, periodista, pintora, grafista e ilustradora. Ha publicado los poemarios Sustos de muchacha, Ediciones Vigía, y Cuaderno del Moro, en la Editora Letras Cubanas. Premios en diversos concursos literarios. Laureada en la Taberna de poetas francesa, y publicada por Yvelinesédition, en marzo 2006. En el 2005 ilustró el libro de teatro A ciegas, de Laura Ruiz; y el poemario Nouvelles de Dan Leuteneger, Collection Emeutes. Numerosas exposiciones y premios de pintura en Francia, Polonia, España, Colombia. Traducción del libro Justo un poco de amor, de la poetisa Florence Isacc; y la portada de la antología de poesía Letras en la piel, Ediciones mis escritos, Argentina, entre otros.
Tomado de la página de Efory Atocha http://www.eforyatocha.com/
1 comentario:
Gracias ,Margara, de ese grupo solo conocí a Fayad y a Nogueras.
Los otros no, tal vez los vi muchas veces , pero no los recuerdo, no me pase como con el escritor Arenas , que me sorprendio doblemente, primero al leer un primer libro de él en la Ciudad de México, en 1984, y despues a los meses cuando vi su foto en una revista, aquel mismo tipo que deambulaba por la playa de Marianao, y que decia hablar Frances.Gracias por todos estos recuerdos que tu remembranza trae a mi vida.
Algo triste, " los escritos se han perdido", eso me recuerda una frase de mi madrastra desde USA, en relación a la obra de mi padre: sus oleos se han perdido,
Se ha perdido hasta la patria, algún día cuando estemos de vuelta, las cosas irán apareciendo
si Dios quiere, y si no no importa, queda la memoria.Y el amor.un beso, angel
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